Desde sus inicios, los huracanes fueron nombrados exclusivamente con nombres de mujeres, un testimonio de las percepciones culturalmente arraigadas de la época. En el siglo XIX, el meteorólogo británico Clement Wragge fue pionero en asignar nombres humanos a las tormentas tropicales, inicialmente eligiendo nombres femeninos y, en ocasiones, los de los políticos que menos apreciaba.
Este patrón prevaleció hasta la intervención de la destacada feminista Roxcy Bolton en el siglo XX, quien desafió el sexismo implícito en la nomenclatura de los desastres naturales. Gracias a los esfuerzos de Bolton y otros activistas, en 1979 se logró que las autoridades comenzaran a incluir nombres masculinos en el listado oficial.
Un estudio de 2014 reveló que los huracanes con nombres femeninos tienden a ser percibidos como menos amenazantes, lo que podría explicar su mayor tasa de mortalidad debido a la menor preparación de la población. Este fenómeno destaca la importancia de cómo el lenguaje y las percepciones afectan las acciones humanas.
Hoy en día, la responsabilidad de nombrar los huracanes recae en un comité especializado de la World Meteorological Organization, que asegura una representación equitativa de géneros en sus listados. La evolución en la nomenclatura de los huracanes es un reflejo de los cambios en las percepciones sociales y el reconocimiento de la igualdad de género.
Este recorrido no solo narra la historia de los huracanes, sino también un progreso en la justicia social y en cómo las palabras impactan la acción humana.