Nicolás Maduro ha inscrito el culto a María Lionza como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación en una ceremonia celebrada el domingo 12 de octubre. El acto estuvo encabezado por el ministro de Cultura, Ernesto Villegas, quien firmó el certificado en representación del Instituto del Patrimonio Cultural (IPC), según informó a través de sus redes sociales.
Villegas destacó que este reconocimiento se realiza “en homenaje a las tradiciones que forman parte del imaginario colectivo y de nuestra memoria histórica”. Señaló que la devoción a María Lionza “es una fiesta, ceremonia y ritual que manifiesta la cosmogonía de nuestros pueblos originarios, manteniéndose viva durante todo el año”.
El culto a María Lionza, caracterizado por su sincretismo, combina elementos del catolicismo, tradiciones indígenas y creencias africanas. Entre los rituales más destacados se encuentran danzas, rezos, baños purificadores y ofrendas a los pies de la montaña de Sorte, en el municipio Bruzual del estado Yaracuy. Esta montaña es considerada el epicentro del culto y atrae a miles de devotos, especialmente durante Semana Santa y el 12 de octubre.
Durante la firma, Villegas afirmó que la práctica espiritual de María Lionza contribuye a “enriquecer el tejido cultural, la memoria histórica, el imaginario colectivo y la identidad cultural” de Venezuela. En declaraciones posteriores, enfatizó que este culto debe ser tratado con el mismo respeto que todas las religiones practicadas en el país.
Este reconocimiento, sin embargo, revive la controversia alrededor de la estatua de María Lionza creada por Alejandro Colina en 1950. La pieza fue trasladada desde la Universidad Central de Venezuela (UCV) a Quibayo en Yaracuy, sin notificación previa a la universidad, lo cual generó reclamos por parte de la comunidad académica. El IPC asumió la responsabilidad del traslado, argumentando que la decisión buscaba “proteger, preservar y reubicar la estatua en condiciones acordes con su significado histórico y espiritual”.
María Lionza es una figura central en el espiritismo venezolano, considerada una deidad protectora que simboliza la unión entre la naturaleza, la sensualidad y la fuerza femenina. Su culto ha trascendido generaciones y fronteras, extendiéndose incluso a comunidades espiritistas en Colombia, República Dominicana y Panamá.
La inscripción de este culto como patrimonio inmaterial subraya la importancia de preservar las prácticas culturales que forman parte de la identidad venezolana.